Érase una vez un escritor que no tenía dinero. Tenía buenas historias en sus cuadernos, y era la persona más feliz del planeta cuando las compartía con los demás, pero no podía vivir de su imaginación, la dura realidad le obligaba a redactar artículos y más artículos sobre temas interesantes, pero sin emoción, al menos no la que él sentía cuando creaba sus relatos.
Llegó el invierno y con él la Navidad. Estaba triste frente a la pantalla de un ordenador ya viejo. Sabía que si quería ganar algo de dinero debía escribir sobre cosas que no le agitaban el corazón, ni le hacían esbozar sonrisas en solitario.
Suspiró y comenzó su trabajo. No se levantó de la silla hasta que la madrugada le alcanzó. Miró el reloj :"las dos de la mañana..." murmuró. Ése era su momento. Abrió un cajón y sacó un cuaderno con la tapa azul, le gustaba escribir a mano, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no cerrar los ojos, se frotó las sienes por el dolor de cabeza que le visitaba cada noche y comenzó la tarea.
La pluma le pesaba por lo que decidió seguir con el ordenador aquella vez. Sintió que se había despejado, y animado, continuó con su historia: aquello era auténtico, al menos podría hacer feliz con sus palabras, entretener, quién sabe si algún día publicar...
La madrugada la pasó en vela, se sentía terriblemente cansado, pero a la vez, con el ánimo suficiente para desgranar diálogos, intrigas, besos apasionados entre sus personajes, situaciones divertidas, las tramas fluían de sus dedos aquel día.
Quedó dormido en la mesa. A las nueve, el ruido de unos pájaros traviesos picoteando en el cristal de su ventana le despertó. Un poco aturdido, se estiró, y tras un largo bostezo miró a su alrededor. El cuaderno permanecía cerrado y tocó una tecla para que la pantalla se encendiera. Medio dormido miró su correo, al principio le pareció estar soñando pero no, ¡tenía doscientos mensajes! Espabiló en ese instante.
Todos tenían el mismo asunto: "Felicidades" o "Enhorabuena"
Con el corazón en un puño, nervioso e intrigado abrió uno:
"Hacía tiempo que no leía algo que me divirtiera, me hiciera sonreír y hasta casi soltar alguna carcajada, no sé qué ha pasado, si es una inocentada o algo parecido, pero le doy la enhorabuena"
Así sucedió con cada uno de los que fue leyendo. Unos cuatro, no se atrevió a seguir.
No entendía nada. Por lo que buscó entre sus archivos, abrió los dos lugares donde escribía ¡y por todos los santos! Allí estaba, entero, casi con descaro, si eso era posible: uno de los capítulos de su novela en vez de el artículo de turno, ¡el que aquella madrugada había escrito entre cabezadas!.
Se levantó de la silla y se llevó las manos a la cabeza... ¡Le echarían! Y peor aún, seguro que era el hazmerreír de todo el universo, gracias a Internet, lo sabrían hasta en Australia.
Se levantó de la silla y se llevó las manos a la cabeza... ¡Le echarían! Y peor aún, seguro que era el hazmerreír de todo el universo, gracias a Internet, lo sabrían hasta en Australia.
Entre avergonzado y con algo de curiosidad, leyó cada correo con cierta vergüenza. Ni un solo reproche, burla o semejante calificativo fue hallado. Todos parecían felices, intrigados por la continuación de aquella historia que había llegado a una publicación 'seria'. No sabía si reír o llorar, pero cuando hubo terminado, les escribió pidiendo disculpas pero a la vez, añadió unas palabras:
"Si desea conocer el final de la historia, no dude en escribirme se la haré llegar gratis. Gracias por leerme"
Al día siguiente, obtuvo contestación, en 'asunto' pudo leer: "Por favor envíe el final y siga escribiendo"
Un par de lágrimas cayeron por sus mejillas y un suspiró envolvió su habitación, tal vez jamás publicara un libro, tal vez nunca fuera conocido del modo que siempre había soñado, quizás escribir sus historias no sería su sustento, pero al menos, sus personajes ya tenían otros dueños ¡y vaya que si habían sido bien recibidos!
Amigos,un escritor que no puede escribir lo que siente, es como un enamorado condenado a no decir te quiero jamás a la persona amada. No importa si es o no correspondido y si el amor triunfa, lo verdaderamente importante es atreverse a pronunciar las palabras que uno siente en voz alta.
A nuestro protagonista, le incitó a dar a conocer sus historias el sueño, pero ¿Acaso no soñamos despiertos?
Joana Sánchez