Amé la Navidad, aquella que era de verdad. La auténtica. No es que la odie, me entristece mucho.Ahora me parece una falsedad, una vanidad. Y su escaparate principal, entre otros muchos, es la televisión.
Es la hipocresía en su grado sumo. No es ya aquella noche de paz con sus cosas bonitas, es noche de estrés. Me gustaría alguien me explicara eso de envolver los regalos con unos unos papeles de lujo,si de todas formas los van a romper salvajemente.
Y qué me dicen de las luces navideñas,y la gente desesperada comprando regalos por doquier sin que puedan dar un paso.Y esa moda de emitir dos semanas antes de los festejos terribles telefilms sobre la Navidad, de muy baja intensidad pero llenos de casas con bombillas, buenos deseos de paz y amor y con gentes como salidas de otras galaxias.
La Navidad, la época con más suicidios del año, accidentes de tráfico aparte. Los días falsos de los abrazos más falsos han llegado.
Bienvenidos pues, a las fiestas de la hipocresía donde los padres sacan dinero de donde no lo tienen y los niños se portan bien,donde tu dinero se acaba por regalar cuantas más cosas mejor y donde engordas porque todos te dicen que tienes que comer más.Y en enero comienzas la dieta,o no comes, vamos, porque no puedes.Y si puedes, vas a un gimnasio.
Esta nueva Navidad consumista me deprime cada año más y más pero mucho más.
Me quedo con aquellos recuerdos amables y sosegados de ver belenes y figuritas en Almacenes Damasco o Rico en la calle Castaños, o en Parreño en la calle Mayor desde los cristales de los escaparates. Era lo más. O el belén que colocaba la Caja de Ahorros infantil en la Rambla.
Y una cena auténtica, cercana con calor, con tu gente , con aquel terrible espumillón, alguna bola y en un tocata sonando un villancico perdido.
Mi madre y mis tías ir a la misa de gallo y mi padre dándome un beso con aquellos ojos azules, acostarme.
Y yo preguntarle: Papá, ¿todas las navidades van a ser así ? Y él esbozar una cierta sonrisa.
Luego ya lo comprendí. Es Navidad.
Paco Huesca