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15 de mayo de 2016

DUELE el amor no tiene que doler





DUELE, el amor no tiene que doler es uno de los cortos que participa en el Festival Internacional de Cine Independiente de Elche. Con un bajo presupuesto pero con unos actores y una historia tan real como poco tratada por los medios; en 15 minutos el director nos muestra gracias a unos actores creíbles, el maltrato psicológico hacia el hombre.


No conozco a quienes están detrás de este proyecto, y he tropezado con el corto por casualidad. Pero he comprobado que está recibiendo el apoyo de los espectadores. ¿Por qué será?

Porque no es lo habitual. 

Es el hombre en general, el que protagoniza este tipo de historias pero a la inversa desgraciadamente.

Y no por ello, hay que olvidar a ese tanto por ciento silencioso que sufre acoso psicológico por parte de sus familiares.

Hombres con un gran corazón, incapaces de hacer daño a nadie que son humillados día tras día. Algunos desde niños. No hablamos de una pelea en un momento dado, no, sino de un desprecio en forma de palabras, que minan la autoestima de seres humanos que con el tiempo, se ven incapaces de amar a otros, o de saber discernir entre una discusión normal de la vejación como forma de comunicación.

Ningún ser humano debiera ser tratado así. Sobre todo de niño que es cuando se forja nuestra personalidad.

Invito a ver el corto y a reflexionar.

El amor no es sinónimo de humillación, ni de hacer daño, ni de menosprecio. 

Una relación se sostiene porque somos algo más que un trabajo. De todas formas, el que maltrata buscará cualquier excusa para herir al débil de carácter.

Quien humilla demuestra una falta de autoestima y del significado de la palabra AMOR. Porque como dice el título del corto: EL AMOR NO HA DE DOLER. 

El amor es producto del respeto, una buena comunicación, cariño, admiración y sinceridad. ¿Lo demás? No sé lo que es.

Joana Sánchez

24 de noviembre de 2015

El niño cavernícola y la niña con voz de sirena de ambulancia


Hace mucho tiempo, dos niños se enamoraron. Alejandro se enamoró de Virginia el día que le regaló -en un acto de valentía- una de las piedras que coleccionaba y ella la guardó despacito en uno de sus bolsillos. Él no necesitó ninguna prueba más. Aquella niña de pelo largo y negro sabía valorar sus tesoros. Siempre la querría.

Virginia era opuesta a él. A ella le gustaba hablar, reír, tenía muchos amigos y un poco de mal genio. Al principio, eso le hacía gracia, pero a veces, la observaba de lejos y si la veía con el ceño fruncido sentía un dolor en el estómago y le daban ganas de pedirle su piedra.

Pero, de repente, se acercaba hasta él, que andaba solo dando paseos, le ponía la mano en el hombro y le preguntaba cualquier cosa. Entonces, la miraba y sus ojos volvían a brillar y el estómago no le dolía.

Poco a poco, las charlas se convirtieron en un ritual. Se alejaban del grupo y ella apenas hacía caso a sus amigos. Se sentaban en el suelo y con la cabeza apoyada en el hombro del niño, oía sus historias sobre lo lejos que está la Luna de la Tierra.