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19 de julio de 2011

Ir al médico me mata




Me pasa siempre. Cuando tengo que bajar al ambulatorio me pongo nerviosa. Estoy bien minutos antes y cuando llega la hora, comienzo a sudar, "que no te pasa nada, que no te pasa nada", me digo. Lo sé, no me pasa nada, ok. Pero las piernas se me doblan y bajo la cuesta como si me fueran tirando petardos. Cuando llego al centro de ¿salud? me tranquilizo. ¿Por qué? No lo sé. Algo del síndrome de "la bata blanca" he oído. Será eso.

Soy puntual y eso es un delito si vas a la seguridad social. Un delito que atenta contra tu tiempo. He dejado cosas por hacer por "estar a la hora". ¿Para qué? He salido de allí unos ciento veinte minutos después.

Mi médica, eso sí, es encantadora. Debería recetarse. Cuando se produce el milagro y pronuncia tu nombre, además de dejar atrás conversaciones absurdas sobre dolores varios, una luz asoma por el techo y la enfoca. Ahí está, con su bata blanca (uf pero ya no tengo miedo) y su sonrisa. Nunca la he visto seria.

Te pregunta y lo mejor de todo ¡escucha! Cuando voy, puedo contarle lo que me sucede y hasta lo que no me sucede. Si me encuentro mejor, e incluso sabe alguna cosita personal, pero si la conocierais le contaríais hasta qué habéis soñado esa noche. Pero nos separa su bata. No puedo hacerle ninguna entrevista y tampoco mencionar su nombre.


Cuando he salido ya me había olvidado de que una yonqui muy simpática, me había hecho girar para que le mostrara mi camiseta (una imitación del monstruo de las galletas)

De una mujer que ha contado todas las enfermedades que tiene, que su nuera es enfermera y su hija trabaja en una fábrica de helados. Nunca entenderé porqué la gente me cuenta su vida. Quizás para que aprenda mejor a vivir la mía.

Pero, cuando se abre la puerta de mi médica, la protagonista soy yo. Ella me hace sentir especial. Me conoce. Es fácil hablar con esa mujer. Nos quejamos por la espera. Los "ay, ya he perdido toda la mañana..." se suceden entre suspiros y algún enfado. 

Pero, ¿tu médico te cura con la mirada?. La mía sí. Es la mejor escuchanta que conozco.


Joana Sánchez