Cuenta la leyenda... me apetecía comenzar así, pero no os voy a hablar de ninguna historia ficticia. Lo cierto es que ayer Roberto Muñoz me mostró un hallazgo en nuestra bendita ciudad. Ya me lo había adelantado por teléfono. ¿Qué será, qué no será? El suele ser un lince para detectar rincones que el ser humano pisa con poca frecuencia, pero aquella joya él la conocía de oídas.
Era una casa preciosa. Derruida, abandonada a su suerte, con las puertas tapiadas y las ventanas también. Ahí estaba orgullosa, mirándonos. Una construcción del siglo XIX entre edificios- y que me perdonen los que vivan por la zona- un tanto feos, sin personalidad, una serie de gigantes, con ventanitas pequeñas unas idénticas a las otras.
Para darle una matrícula al arquitecto. Todo esto imaginadlo en mitad del barrio San Nicolás de Bari, barrio que no tiene la culpa, y sus gentes menos de que esta pieza, que parece detenida en el tiempo, se encuentre en esas condiciones.
Para darle una matrícula al arquitecto. Todo esto imaginadlo en mitad del barrio San Nicolás de Bari, barrio que no tiene la culpa, y sus gentes menos de que esta pieza, que parece detenida en el tiempo, se encuentre en esas condiciones.
Por fortuna en nuestro Alicante, tenemos a personas preocupadas por la cultura y, desde hace años muchas vienen denunciando el deterioro de esta maravilla. Pero echando un vistazo a la hemeroteca, sus quejas siempre han quedado congeladas en un espacio diminuto en cualquier periódico local.
Admito mi incultura. Ayer tarde, sentada frente a ella yo no sabía a quién perteneció pero pronto imaginé aquella finca llena de gente, con vida, con flores. Le hice muchas fotografías, mis ojos se clavaron en aquellas paredes, en sus arcos, en las tejas, en una especie de ¿fuente? ahora llena de hierbajos, y ambos pensamos ¡¡qué poco quiere Alicante a su pasado!!
En otro país se volverían locos si contaran con una construcción como ésa. Una casa donde residió un escritor como Gabriel Miró, pero que quede claro, mi enamoramiento ya se había producido antes de conocer a su propietario. Me hice varias preguntas y, me asombraba que la gente pudiera pasear a sus perros alrededor sin detenerse y contemplarla, debiera ser obligatorio. O quizás se hayan acostumbrado.
Quiero verla rehabilitada, quiero que vuelva a tener vida, que sea un espacio para compartir y visitar por parte de los turistas. Yo pago por ver esa casa por dentro. Y todo aquel que sea amante de la Historia o, simplemente de la vida y sienta respeto por sus antepasados también lo haría, lo sé.
Pero todavía quedaba otra sorpresa. El Sr. Muñoz estaba sembrado esa tarde. Primero jugó al misterio. Paseé por encima de una construcción, más bien de sus cimientos, agrietados y con muchas planchas encima, de esas feas que se utilizan cuando hay una obra.
"Adivina qué es esto" Imaginad, creo que lancé como cinco respuestas y ninguna tuvo premio. Aquello había sido, agarraos, una ermita y después un convento de Franciscanos hasta 1514. Una leyenda, escrita en una de esas planchas te informaba de ello en un lateral, junto con un mapa en tres dimensiones.
Yo quería gritar. ¿Pero qué le pasa a esta ciudad? ¿Acaso no hay ni una sola persona con una visión que le diga, cultura igual a ingresos? ¡Santo dios! aquel lugar es una golosina para cualquier visitante. Por cuantas ciudades he caminado y pueblos..., y conservan estas construcciones como en oro en paño. Les sacan rendimiento mientras las miman y, se funden o confunden con la modernidad.
El visitante encuentra estímulo al contemplarlos, pero no, nosotros lo tenemos junto a una suerte de edificios gigantescos, la mayoría con pisos vacíos, ahí, en mitad de una nada que ni siquiera ha merecido un cartel, o una placa, algún objeto que informe al visitante de que se encuentra ante tal belleza que perteneció a tan insigne personaje, o que está frente a un pedazo de nuestra Historia. Unos datos, unos míseros datos.
El visitante encuentra estímulo al contemplarlos, pero no, nosotros lo tenemos junto a una suerte de edificios gigantescos, la mayoría con pisos vacíos, ahí, en mitad de una nada que ni siquiera ha merecido un cartel, o una placa, algún objeto que informe al visitante de que se encuentra ante tal belleza que perteneció a tan insigne personaje, o que está frente a un pedazo de nuestra Historia. Unos datos, unos míseros datos.
Alicante, mi Alicante... una ciudad a la que los propios alicantinos no aman. En realidad los ciudadanos sí, tal vez no la sientan así, como algo propio, algunos otros que ostentan cargos que no van de la mano ni del buen gusto, ni de una inteligencia por encima de la media. Al menos para este tipo de asuntos. Sin generalizar, por supuesto.
La ciudad es algo más que unas Hogueras o que la Semana Santa. Está llena de lugares maravillosos, pero los ocultamos en vez de potenciar su valor. Duele ser de Alicante, pero admito que me siento orgullosa de que la casa del creador de "Las cerezas del cementerio" siga en pie, altiva y desafiando a un cubo de color azul de la Cámara de Comercio.
Artículo publicado días después por Juanjo Payá, el responsable de Cultura del diario INFORMACIÓN.
Polop sí recuerda a Gabriel Miró
Joana Sánchez