Ahora
por obra y gracia del partido popular parece que se quiere
"reinventar" la figura de Carlos
Arniches nacido en Alicante en la calle Golfín. Allí, en una placa
que ha estado durante años dejada de la mano de Dios, constata su nacimiento.
Durante
estos meses se ha eliminado el premio que lleva su nombre, que era una forma
para difundir su obra y su legado. Así lo contaba Cristina Martínez en INFORMACIÓN.
Y nuestra alcaldesa anunciaba en el mes de los muertos la intención de traer
sus restos al cementerio alicantino, concretamente en ese lugar llamado el
Jardín del Silencio.
Un
elevado coste mucho mayor que el premio en sí. No sé si en todo este sainete,
con perdón, tendrán que ver los nuevos sesudos asesores de cultura de nuestro
ayuntamiento.
Personalmente por el respeto que me merecen los difuntos le dejaría descansar en paz en Madrid que es donde realizó toda su carrera y falleció, y no suprimiría el premio que lleva su nombre. Pero claro, no soy de Alicante Vivo, igual soy de Alicante...muerto.
Pero
me van a permitir que cuente algo más de Arniches que nada tiene
que ve con el actual partido gobernante en el ayuntamiento de Alicante. Corría
el año 1974 y la señora que habitaba la casa de Arniches, a través de la
amistad y cariño hacia mi padre, y en forma de legado me otorgó la titularidad
del piso, ya que mi padre declinó.
Ignoro
si el contenido que había en el mismo tendría que ve algo con el escritor. Pero
era un piso muy grande en planta única que da a tres calles con
puertas muy altas, como sus techos, y los famosos tragaluces arriba de las
puertas.
El piso, como es lógico, generaba unos gastos, y se me ocurrió la idea de enviarle una carta al por entonces alcalde de Alicante. Uno, era bastante joven y no reparó hacerlo por Registro General, o carta con acuse de recibo. La ignorancia me jugó una mala pasada.
Aquella
carta en donde le daba la oportunidad al ayuntamiento de Alicante de quedarse
con el citado piso con objeto de recrear en la casa donde nació una especie de
museo, jamás fue contestada, máxime cuando al año siguiente moría el dictador y
llegaba la transición.
Ante el silencio me ocurrió la idea de colocar un cartel en uno de los balcones con el trillado "Se vende" con el teléfono de mi casa. Fue entonces, era verano, cuando la periodista de INFORMACION por entonces, María Rosa Mirasierras realizó un reportaje en el periódico, foto incluida, y lamentaba el hecho de la apatía del ayuntamiento sobre el inmueble.
Más tarde vendí, lo vendí, a mi pesar y por la falta de contestación, algo típico y que por entonces ignoraba. El tiempo me fue puliendo. Y se vendió por doscientas mil pesetas.
Ahora,
me temo que aparte de quedarnos sin premio y sin casa, a lo mejor tampoco
tendremos los restos. Y es que las cosas mal hechas suelen acabar peor.
Paco
Huesca