Yo debo ser medio evangelista. Tomé la Comunión y fui bautizada, pero disfruto escuchando a los pastores que, con buen humor, ensalzan los salmos de la Biblia.
Me gusta escuchar a un señor contar: "no me gusta madrugar", "no me gusta viajar y ver poco a la familia", para a su vez, leer la palabra del Altísimo sin que el receptor lo perciba como un sermón. Él se queja pero no se siente culpable por ello.
El español, acostumbrado a la rigidez del ritual católico, mira incrédulo a la radio, donde estos comunicadores, aparecen como los peces y los panes.
La misión es la misma: convencernos de ser mejores hijos, padres, esposos, amigos, personas..., pero hay un ingrediente distinto, tal vez sea la cercanía que transmiten y la cabida para el chiste.
La misión es la misma: convencernos de ser mejores hijos, padres, esposos, amigos, personas..., pero hay un ingrediente distinto, tal vez sea la cercanía que transmiten y la cabida para el chiste.
El otro día fui a comprarme un vestido, la señora de la tienda me preguntó para qué lo quería, "para una entrevista", no dije más.
Mi voz quizás temblorosa me delató. Mientras estaba en el probador oí un ruido: "he cerrado las puertas", me anunció, "¿te importa que te bendiga?" y ante mi negación y sorpresa, comenzó a pedir a Dios que me ayudara y un sin fin de buenos deseos que me hicieron cerrar los ojos. Cuando terminó la abracé ¡qué podía hacer!
Mi voz quizás temblorosa me delató. Mientras estaba en el probador oí un ruido: "he cerrado las puertas", me anunció, "¿te importa que te bendiga?" y ante mi negación y sorpresa, comenzó a pedir a Dios que me ayudara y un sin fin de buenos deseos que me hicieron cerrar los ojos. Cuando terminó la abracé ¡qué podía hacer!
Ella me confesó que las cosas no le terminaban de marchar bien, pero su pastor les había predicado el día anterior que debían ayudar a los demás, y ante mi "gracias" no las aceptó. ¡Era su obligación! Me quedé un buen rato tras sentir una gran paz, lo confieso; las puertas ya estaban abiertas. La gente comenzó a entrar (¿milagro?) Aquella mujer tenía fe.
Me habló de los cánticos, de lo que disfrutaban los pequeños en la misa, de encarar la vida aunque se presente oscura, con alegría, con optimismo. ¿Qué quieren que les diga? Nunca me habían bendecido un vestido ni tampoco vendido uno que "fuera bueno para ir a Madrid", con que estuviera bien de precio para mí era suficiente.
Todos tenemos una historia. Lo hermoso estriba en tropezar con alguien que se preste a escucharnos e incluso cuando no hemos abierto la boca.
Necesitamos ser escuchados. Vayan a su tienda, se llama Giovanni y está en la calle San Mateo, quizás no encuentren lo que buscan pero seguro que salen con una sonrisa.
Joana Sánchez