Desde hace unas semanas acudo al Parque Industrial de Elche. La línea 90 que sale de la estación de autobuses funciona muy bien, lo único que merece una crítica es que a la hora de la vuelta, si no trabajas por la zona de Tempe tienes que cruzar una carretera nacional con el peligro que ese acto conlleva.
No soy miedosa, pero me parece de locos que me tenga que 'jugar la vida' para llegar a la parada. Te acostumbras, a todo se acostumbra el ser humano pero creo que se debería estudiar una alternativa.
Me apetecía decirlo y no por mí, sino por otras personas que tienen problemas para correr y carecen de reflejos.Al llegar a la ciudad de Alicante, tengo suerte porque la línea 06 está en la puerta me acomodo y sé que habré de pasar unos cuarenta minutos hasta llegar a casa.
No vivo en un pueblo de la provincia sino en la periferia. Esta línea tiene un recorrido tan largo y con tantas paradas que daría tiempo a escribir un libro.
Soy persona de autobús. Siempre me han gustado pero compruebo, como bien decía un conductor hace poco, que quienes se encargan de aprobar los trayectos no han cogido uno en su vida. Muchas paradas deberían eliminarse porque apenas sube o baja gente, es una pérdida de tiempo y de gasolina.
Pero el lado positivo está en que conoces a gente mientras viajas. Estas semanas ensimismada en mis pensamientos con el mp3 y una libreta como única compañía observé que la gente apenas hablaba. Casi todo el mundo se dedicaba a mirar a una pantalla como abducidos, otros dormitaban y los demás simplemente iban serios pensando en sus cosas como la que escribe.
Hace unos días me fijé en una mujer. Perdió el autobús 24 que va hasta San Vicente y su cara era un poema. Tenía el semblante serio y sólo me atreví a cruzar una mirada de comprensión, sé lo que fastidia perder el segundo autobús, mucho más que el primero pero insisto, yo tengo mi mp3 y mi libreta.
Ayer me la encontré en la estación. Corría y se me ocurrió decirle que el autobús acababa de llegar que no se iba a marchar para que tomara aire. Y entonces ese rictus tenso y serio se transformó en el de una maestra.
En una de tantas maestras que tuve de pequeña.Ya ubicadas en nuestros asientos, juntas pero cada una en su fila (no había confianza suficiente, supongo) me dediqué a escucharla, es lo que tienen los buenos maestros, explican tan bien que da gusto oírles hablar.
Todos los días cumplía con ese ritual, me confesó. Dos autobuses, uno desde San Vicente y éste que le dejaba en Elche donde ejerce de profesora de niños de 7 y 8 años. Por culpa de una caída había tenido que dejar de conducir. Pero su discurso cambió cuando le pregunté por los alumnos. Sonrió.
Y a esa sonrisa le siguieron historias, la de los cumpleaños y la tarta que con tiza cada niño quiere en el suyo, con sus velas que tras soplar son borradas acto seguido por la maestra ante la algarabía infantil.
Me habló de la cantidad de asignaturas que tienen, los idiomas y el cacao en sus pequeñas cabezas cuando escriben un dictado pero que les vendrá bien en el futuro.
De lo mal que lo pasan algunos en el comedor y de la satisfacción vivida cuando prueban una comida que "no les gusta" sin haberla comido jamás, muy propio de los críos, y lo contentos que van a a decirle que las lentejas no están tan malas...
Esa fue la parte dulce. La amarga vino cuando tocó el tema de la hora del recreo, de esos bocadillos que no llevan nada, pero literal y de cómo ella tiene alimentos para poder untar o llenar con algo ese almuerzo invisible.
La ironía en sus palabras, el humor negro al contar algunas batallitas dio paso a la implicación de una señora que lleva toda su vida dando clases a pequeños.
Una historiadora que se decantó por el magisterio y que desafortunadamente tiene que combinar momentos preciosos de complicidad con sus alumnos, con otros en los que la única comida al día que hacen algunos niños es la que ofrece el comedor. ¿Cómo llamar a esa asignatura?
Lo vimos en "Salvados", lo leemos en los periódicos pero que te lo cuenten a la cara es diferente.
Se nos da bien criticar. Somos un país lleno de 'jueces', enseguida ponemos etiquetas a las personas, a los colectivos, o bien porque es lo que hemos visto en casa, o bien porque no nos interesa nada más que lo que nos suceda a nosotros y a nuestro entorno más próximo.
Los niños son felices con una tarta en la pizarra, y a la vez necesitan algo que al menos nosotros sí tuvimos comer un bocadillo en el recreo. Me da vergüenza escribir esto.
El amor, el cariño de los padres, los amigos, todo es importante pero que un colegio o una profesora tenga que hacerse cargo de algo que en principio no debería ser de su competencia nos dice que lo hemos hecho muy mal. Todos.
Pero me quedaré con la parte positiva. Su entrega y la pasión con la que hablaba de sus alumnos. Las conversaciones en el autobús, que todavía existen y con los maestros que dibujan tartas con tiza aunque para llegar a su puesto de trabajo pasen horas sentados en un autobús.
Joana Sánchez